lunes, 22 de noviembre de 2010

Neus Català



"Lo que yo he vivido, lo que yo he sufrido, yo me lo he ganado". Esto me decía en los cinco interminables días y cinco interminables noches que duró nuestro viaje fatal desde Compiégne, campo de concentración al norte de París, hacia Ravensbrück, campo de exterminio internacional para mujeres.

Con una temperatura de 22º bajo cero, a las tres de la madrugada del 3 de febrero de 1944, mil mujeres procedentes de todas las cárceles y campos de Francia llegamos a Ravensbrück. Era el convoy de las 27.000, así llamadas y así aún conocidas entre las deportadas. Entre esas mil mujeres recuerdo que habían checas, polacas que vivían o se habían refugiado en Francia, y un grupo de españolas.

Con 10 SS y sus 10 ametralladoras, 10 "aufsheermen" y 10 "schlage" (látigo para caballos), con 10 perros lobos dispuestos a devorarnos, empujadas bestialmente, hicimos nuestra triunfal entrada en el mundo de los muertos.

¿Qué pasaría por la mente de cada una de estas mil combatientes de los Ejércitos de las Sombras, extenuadas por las tareas abrumadoras de la Resistencia, por los largos meses de cárcel, de torturas en los terribles interrogatorios? En unos minutos la boca del Infierno de Ravensbrück cerraría sus puertas y se apoderaría con su engranaje fatal de mujeres heroicas que pronto serían sombras.

Ravensbrück, ¡mil veces maldito campo! Mi primera impresión fue que yo dejaría muy pronto la vida, que amaba apasionadamente. Ravensbrück, con sus calles negras, sus barracas verdinegras, sus techos negros, su cielo de plomo, sus innumerables cuervos atraídos por el olor a carne quemada y a cadaverina de aquellas supliciadas que sin tregua, día y noche, salían con humareda escalofriante y a llamaradas de mil colores por la chimenea de los cuatro hornos crematorios.

Mi mente enfebrecida buscaba la evasión y me veía en Guiamets, un pueblecito del Priorat. Recordaba mi infancia rebelde, mi alegre juventud, el haber organizado la JSUC y ser miembro fundador del PSUC. Haber llevado a buen puerto a mis 180 chiquillos de la colonia "Las acacias", en Premiá de d'Alt. De haber cumplido estrictamente mis deberes en la Resistencia, de haber resistido los interrogatorios sin denunciar a nadie.

Todas estas evocaciones las quería guardar en mi mente. Visiones alegres y exaltantes para dejar este mundo con mi fe intacta en la Victoria; satisfecha de haber sido feliz en paz con mi conciencia.
No fue el espíritu de aventura lo que me llevaría a más de 2500 km. de mi bella y antigua tierra del Priorat. Ravensbrück era la cima del áspero monte que el estallido del 18 de julio de 1936 me hizo escalar.

¿De qué podía quejarme? ¿De haber sido consecuente conmigo misma? ¿De haber abrazado la causa de los oprimidos? ¿De defender la República española? No, no me quejaba, ni me arrepentiré jamás. Estuve y estaré siempre al lado de los que ansían justicia y libertad.

En Ravensbrück se acabó mi juventud el 3 de febrero de 1944…”

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