domingo, 11 de julio de 2010

Siempre matamos aquello que más amamos.

Éste es el animal más parecido al hombre. Se arrastra y cambia de piel a conveniencia. Roba y se come las crías de otras especies en sus propios nidos, pero es incapaz de enfrentarse a ellos en una lucha limpia. Su especialidad, con todo, es aprovechar la menor oportunidad para asestar su picadura letal. Sólo tiene veneno para una mordedura y necesita horas para rehacerse, pero aquel que lleva su marca está condenado a una muerte lenta y segura. Mientras el veneno penetra por las venas, el corazón de la víctima late cada vez más despacio, hasta detenerse. Incluso esta pequeñita bestia, en su mezquindad, dispone de un cierto gusto por la poesía, como el hombre. Aunque ella, a diferencia de éste, nunca mordería a sus semejantes. Un fallo ¿no crees? Tal vez por eso hayan acabado sirviendo de divertimento callejero de faquires y curioso. Todavía no está a la altura del rey de la creación.

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